I
El pecado ha hecho de
este mundo, que debía ser un paraíso anticipado, un verdadero valle de
lágrimas. Las espinas con que a cada paso tropezamos nos punzan dolorosamente y
nos arrancan frecuentes gemidos. Así es que nada necesita tanto el hombre
durante esta vida mortal, como de consuelo. Consuelo necesitamos de los
contratiempos de la fortuna, en los dolores de la enfermedad, en la pérdida de
los que amamos, en las dudas de la conciencia y en todos los momentos de la vida
y en el muy crítico y angustioso de nuestro último trance.
¿Dónde mejor podemos buscar este consuelo
que en el muy dulce y consolador Corazón de Jesús? ¿No han salido de él
aquellas tan tiernas y amorosas palabras: "Venid a Mí todos los que andáis
trabajados y afligidos, y yo os aliviaré?
¡Oh buen Jesús! ¡Oh único verdadero
Consolador de los corazones angustiados! ¿A quién iremos sino a Vos en nuestras
horas de amargura y desasosiego? Cuando los intereses mundanos no aprovechan,
cuando los amigos se alejan, cuando las fuerzas faltan, ¿a quién acudiremos
sino a Vos fuente inagotable de todo consuelo?
Medítese unos minutos.
II
Y no obstante, alma mía, es Jesús el
postrero a quien acudes en tus horas de tribulación. Primero son para ti los
amigos de la tierra, que ese dulcísimo Amigo del cielo. Primero buscas un
desahogo en el pasatiempo mundano que en la dulce intimidad del Sagrario, donde
te espera este misericordiosísimo y compasivo Consolador.
Dime, ¿no llevas ya bastantes desengaños?
¿Qué herida de las tuyas o qué dolor te ha calmado el mundo? ¿Qué bálsamo has
encontrado en él para endulzar las amarguras de la adversidad? ¿No ves que el
mundo no gusta de consolar a los que padecen, sino de adular a los dichosos?
¿Qué vas a buscar tú que padeces, en ese mundo que no te ha de comprender? Sólo
hay un asilo seguro para los corazones heridos, y es el herido Corazón de
Jesús.
¡Oh Señor! a vuestro Corazón me acojo yo
como al regazo de una madre amorosa, para que me abriguéis en él con vuestro
calor, y me defendáis y me consoléis. Solamente Vos tenéis consuelo, para
nuestro pobre corazón.
Alejaos, humanas consolaciones, vanas,
inconstantes, mentirosas. Sois como una copa de licor cuyos bordes son dulces
pero en cuyo fondo sólo se beben las heces amargas del desengaño. A Vos, Señor,
únicamente busco; en vuestro Corazón entro, y aquí quiero permanecer. ¡Oh Dios
de todo consuelo! En Vos y sólo en Vos espera hallarlo mi desconsolado corazón.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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