sábado, 8 de junio de 2013

DÍA 8. EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO DE RECOGIMIENTO Y MODESTIA

I

   ¿Qué ves, alma cristiana, en la figura exterior de tu Divino Jesús? Ves el retrato más acabado del recogimiento y de la modestia cristiana. Mírale bien y aprende de El cómo has de ser en tu porte y maneras, si quieres hasta en eso llevar el sello del Sagrado Corazón.

   Su voz es quieta y sumisa, sus palabras prudentes y pocas, Su andar grave y mesurado, su mirada recogida y bondadosa. El semblante de Jesús era tal, que inspiraba sentimientos de virtud a quien lo contemplaba, y era imposible verlo interiormente mejorado.

   Sus enemigos nunca pudieron tacharle de ligereza y desenvoltura. Los que sin cesar buscaban por agarrarle la palabra, jamás pudieron echarle en rostro una que fuese inconveniente. Su alegría era tan edificante como su austeridad; nadie le oyó ruidosas carcajadas, ni le vio desacompasados movimientos. Todo su exterior era el reflejo de orden, paz, igualdad y armonía en su divino interior.

   Dame a conocer ¡oh dulce Jesús! los suaves encantos de esta celestial virtud.

   Medítese unos minutos.

II

   El rostro y los ademanes son el espejo de lo que pasa en el corazón, por eso, llevo retratados en ellos la disipación y el desorden del mío.

   ¿Soy cristiano o gentil? ¿Sirvo a Dios o al mundo su enemigo? Nadie creería lo primero, sino más bien lo segundo, oyendo tal vez mis conversaciones, mirando mis trajes, observando mis actitudes.

   ¿A qué tengo dedicados mis sentidos sino a culpables o por lo menos peligrosos devaneos? ¿Qué ley pongo a mis ojos, para que no tropiecen con escollos mil para la honestidad? ¿Qué freno aplico a mi lengua, para que no hiera la reputación ajena o no se deslice en mil y mil superfluidades? ¿Qué valladar he puesto a mis oídos, para que no se vayan tras la curiosidad y mundanos pasatiempos? ¡Ah! que estos medios que se me han dado para servir con ellos a Dios y al prójimo, sólo los empleo yo, para que me rinda y esclavice el mundo con todas sus vanidades.

   ¡Pobre corazón mío, abierto así sin el muro de la modestia a todos los embates del enemigo! ¡Pobre corazón, expuesto así por mi culpa a todas las oleadas de este mar de corrupción!

   Rodeadlo, Señor, de esta preciosa virtud como de fortísima muralla, para que sea plaza cerrada e inexpugnable donde sólo entréis Vos, y nunca jamás vuestro enemigo.


   Medítese, y pídase la gracia particular.

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