I
¿Deseas, corazón mío, conocer a fondo la
inagotable paciencia del Corazón de Jesús? Mírale como se dignó manifestarse a
su devota Santa Margarita, herido por la lanza, coronado de espinas, clavado en
el centro de la cruz. He aquí las insignias del Sagrado Corazón, he aquí su
escudo de armas. Diríase que para eso sólo vino al mundo, para padecer.
¿Y qué padece? Dolores cruelísimos así en el
cuerpo como en el alma. En el cuerpo pobreza, persecución, azotes, bofetadas,
espinas, cruz. En el alma perfidias, ingratitud, tristezas, agonías, abandono
de los suyos. Tal es la amarga historia de su vida pasible y mortal.
¿Y cómo padece? Callando, sin soltar la
menor queja, sin mostrar iracundo el rostro, sin manifestarse cansado por tanto
sufrir. Aun hoy en este Santísimo Sacramento, si padecer pudiera, no fuera el
sagrario para El, trono de gloria, sino Calvario de nuevos e ignorados dolores.
Mira si no cómo le tratan los hombres. ¡Con
qué odios le blasfeman unos! ¡Con qué desprecio le miran otros! ¡Con qué
frialdad y negligencia los más! ¡Con qué tibieza los mismos que se dicen amigos
suyos! ¡Cuán pocos con verdadero amor!
¡Pobre Jesús mío, tan sufrido y tan
paciente! Enseñad a mi enfermo corazón el secreto de esta heroica paciencia.
Medítese unos minutos.
II
¡Cuánto me confunde, oh buen Jesús, esta
consideración! Vos, inocente, no os cansáis de padecer por mí; yo, criminal, ni
un instante me avengo a padecer por Vos. Insoportable se me hace cualquier
pequeña aflicción; la menor de vuestras espinas, acaba con mi escasa paciencia.
Y no obstante, Vos
queréis que padezca, y hasta me lo aconseja mi propio interés. Me habéis
colocado en este valle de lágrimas, donde desde la cuna hasta la sepultura, me
acompaña la tribulación. Quiera o no quiera el hombre, es éste su patrimonio.
La salud, la fortuna, las inclemencias del tiempo, la rareza de nuestro
carácter, nos son fuentes perenne de desazones y desabrimientos. Es necesario
sufrir, he aquí la sentencia que desde el nacer traemos escrita sobre la
frente. Sufrir, pues, con paciencia, como Vos, es el único modo de hacer suave
y llevadera esta necesidad.
¡Ah! Sufriré, Dios mío, sufriré con Vos y
por Vos, y como Vos queráis y hasta donde Vos queráis. Contemplaré vuestro
Corazón herido y coronado de espinas, para más alentarme a sufrir con paciencia
las mías. Alzaré los ojos a ese cielo que ha de ser mi recompensa, para no
desfallecer en los presentes combates. Vos lo habéis dicho, y escrito está.
¡Sólo se va a él por el camino de la cruz!
¡Feliz quien la abrace con Vos en esta vida,
para recoger con Vos sus dulces frutos en la eternidad!
Medítese y pídase la gracia particular.
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