I
Será hoy objeto de nuestra meditación el
celo del Sagrado Corazón de Jesús. Se entiende por celo un deseo ardiente de la
gloria de Dios y de la salvación de las almas, y una actividad siempre en
movimiento para conseguir esos objetos. ¿Quién podrá debidamente ponderar
cuáles fueron este deseo y esta actividad en el Sagrado Corazón de Jesús? Un
solo pensamiento era el suyo, uno solo el que le hacía palpitar noche y día:
glorificar al Padre celestial y salvar al mundo. Si predica, si obra milagros,
si anda a pie largas jornadas, si toma parte en los banquetes de los
pescadores, si se transfigura glorioso en el Tabor o se deja aplastar como un
gusano por sus enemigos, si muere, por fin, o si resucita, todo obedece a un
mismo plan, todo tiene por blanco un solo objeto: glorificar a Dios, salvar al
hombre.
El celo por esa empresa le tenía siempre
inquieto y extasiado, y le hacía hablar de sus próximos sufrimientos como de
gloriosos triunfos. Al dirigirse a Jerusalén la última vez para ser allí preso
y crucificado admirábanse los discípulos de que llevase el paso más apresurado que de costumbre. Era su celo
ardiente que le atraía como de sí a la realización de sus constantes deseos.
Medítese unos minutos.
II
¡Cómo contrasta esa actividad ardorosa del
Corazón de Jesús con la frialdad ordinaria del mío! ¡Ah! Es verdad. También el
mío se mueve, se agita, se acalora, se enciende, pero ¿es por la gloria de
Dios? ¿es por el bien de mis hermanos? ¿O es al contrario por viles intereses
del momento, por sutiles Puntos de honra, por miserables competencias del amor
propio? ¡Ah! ¡que el celo que me devora no es tal vez sino ambición, codicia,
vanidad, esto es, el celo del mundo!
¿Qué hago, en efecto, por la honra divina?
¿Cómo siento sus injurias? ¿cómo me esfuerzo en evitarlas o siquiera en
repararlas? Si estuviesen tan amenazados mis intereses como lo están siempre
los de Dios, ¿estaríame tan tranquilo y sosegado como me estoy ahora en
presencia de la guerra impía que se le hace? ¡Ojalá no sea yo de aquellos
mismos que, con su flojedad y malos ejemplos, contribuyen a esa deshonra de la
Religión y ruina de las almas!
¡Oh Señor! Dadme una centella, una centella
sólo de ese fuego abrasador que consumió vuestro corazón; dádmela para que
experimente como Vos la pasión de vuestro celo. Apóstol quiero ser de vuestra
gloria y de vuestro nombre, en la medida que lo permitan mis fuerzas y
condición. Con mi conversación, con mi porte exterior, con mi influencia, con
mis relaciones, con mi dinero, con mi oración, procuraré trabajar cuanto pueda,
para que seáis cada día más honrado y glorificado.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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