I
En nada se conoce tanto la profunda miseria
del hombre como en su debilidad. Nuestra alma ha quedado, después de la culpa
original, tan flaca y endeble, que cualquier esfuerzo del enemigo basta para
derribarla, si no tiene al lado una fuerza superior que la sostenga. Puede
asimismo tan poco para obrar el bien, que cualquier leve dificultad la amilana
y arredra. ¿Queréis ser fuertes en medio de vuestra debilidad? acudid a buscar
la fortaleza en el Sagrado Corazón de Jesús.
Allí fueron a buscarla los Santos, criaturas
débiles y de carne ruin y flaca como la nuestra, y gracias a eso fueron fuertes
y obraron maravillas. Recorramos la historia de la Iglesia, y veremos a tiernas
jóvenes y a pobres ancianos, burlarse de todo el poder de los enemigos de
Cristo, y hacerse superiores a los halagos, a los tormentos y a la muerte. Los
claustros y los desiertos, la vida doméstica y las mismas cortes y campamentos,
están llenos de hombres y mujeres que en la flor de su edad y en medio de todas
las seducciones, fuertes para renunciarlo todo y seguir a Jesucristo, hasta
elevarse a la mayor dignidad.
¡Alma mía! Nada hicieron ellos que no lo
puedas tú, si te procuras los mismos auxilios.
¿Dónde Se hallan éstos? acude al Sagrado
Corazón.
Medítese unos minutos.
II
Eres débil y flaca, alma mía, porque
quieres. Sí, porque quieres. ¿Qué disculpa tendría el niño, que no pudiese
levantarse del suelo, por no querer alargar su mano a la que le tiende su buena
madre? Por eso son frecuentes tus caídas y tropiezos, por eso sientes
abatimiento y desconfianza ante la más pequeña dificultad. ¡Quizás para mayor
desgracia has presumido algo de tu propio valer, y con necia arrogancia has
creído poder prescindir de todo amparo!
Acude, acude, alma mía, a Dios, tu ayudador
y poderoso auxilio, y estás salvada. Nada podrán contra ti los más fieros
enemigos, nada las más borrascosas pasiones. Sentirás agilidad, ligereza,
facilidad para toda obra buena y para todo costoso sacrificio.
¡Oh Corazón de Jesús, fortaleza de los
débiles y caídos! mi corazón anda de continuo desalentado, y acude a Vos para
que lo sostengáis. Dadme la mano, Señor, como la disteis a tantos que por Vos
se levantaron del lodo y subieron a la cumbre de virtud, como la disteis a Magdalena,
a Pablo, a Agustín.
¿Qué podría el más valeroso si Vos lo
abandonáseis? Pero ¿qué no podrá el más débil si Vos le fortalecéis? ¡Oh Dios mío, fortaleza mía! Hacedme fuerte
con Vos, para con Vos reinar eternamente victorioso.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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