I
La virtud que quiere enseñarte hoy, alma
mía, el Sagrado Corazón de Jesús, es la muy heroica del desprendimiento. Tan
desprendido de todo lo humano es tuvo el Sagrado Corazón, que nada ejercía
sobre él peso, ni influencia alguna, como no fuese la voluntad de su Padre
celestial.
Estuvo desprendido de todo interés material,
hasta el punto de nacer privado de todo, en una cueva, y morir desnudo de todo,
en la cruz y en el intermedio de su vida, nunca tuvo cosa que llamase suya. Las
limosnas que le daba la piedad de los fieles, volvíalas El a los pobres, o las
depositaba en poder de sus discípulos.
En cuanto a los afectos de sangre, ninguno
de ellos embarazó para nada la libertad y desprendimiento del adorable Corazón
de Jesús. Niño aún, deja a su Madre y San José y se separa por tres días de su
dulce compañía y si éstos se atreven a formular una queja "¿No sabéis, les
dice, que a Mí me toca atender primero a las cosas de mi Padre
celestial?".
¡Oh sublime libertad de espíritu! ¡Oh total
desprendimiento de lazos humanos! ¡Oh soberana independencia del corazón
entregado únicamente a Dios!
Medítese unos minutos.
II
No es así ¡oh Jesús mío! mi pobre corazón,
esclavo de tantos señores y atado a tan miserables cadenas, que de todas partes
detienen su vuelo hacia Dios.
Me ata el amor a los bienes temporales, me
ata el ansia por las comodidades de mi persona; me ata el afecto exagerado a
los amigos. Mi corazón ha echado tan profundas raíces en esta tierra vil que le
rodea, que no sabe vivir sino con ella y por ella. Y así como la planta se
nutre y forma de los jugos que bebe del suelo por medio de sus raíces, así mi
corazón vive y se nutre sólo de la miseria del mundo por medio de los mil y un
afectos que le tienen atado a él.
¡Oh! Desarraigad, Jesús mío, desarraigad mi
alma de esta tierra de pecado, donde no crece, ni medra como debiera sólo para
Vos. Viva yo en este mundo sólo corporalmente, pero viva espiritualmente fuera
de él. No me llenen afectos humanos a mí, que estoy llamado a poseer un objeto
divino. Haced que encuentre amargura y desabrimiento en todo lo que no seáis
Vos, para que no se pegue mi corazón más que a Vos.
Si con Vos tan sólo he de reinar
eternamente, ¿Cómo soy tan fácil en entregar mi corazón a esas tristes
criaturas que tan presto he de abandonar?
Medítese, y pídase la gracia particular.
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