martes, 18 de junio de 2013

DÍA 18. EN EL SAGRADO CORAZÓN HALLAREMOS LA MEJOR HONRA

I

   Llámanse ilustres y honrados según. el mundo los que obtienen por sus merecimientos o por su fortuna el favor de los príncipes, y tienen libre entrada y valioso influjo en los palacios de los poderosos. A los tales se mira por la generalidad con admiración mezclada de secreta envidia: más que por sus riquezas y poderío se les señala por el lustre que rodea su nombre, por el esplendor en que viven sus familias, por la consideración y respeto que les tienen sus conciudadanos y no obstante, ¡cuán fugaz y pasajera es esta gloria humana, y cuán fácilmente se trueca en olvido, y quizá en espantosa desgracia! Llenas andan las historias de esas catástrofes de la humana vanidad; más de una vez se han tocado en un mismo día los extremos de la mayor elevación y de la mayor ignominia; el trono quizá ayer, y hoy el cadalso.

   No es tal la gloria y el honor, que a sus servidores concede el Sagrado Corazón de Jesús. Los válidos y favoritos de este generoso Monarca no pierden nunca la gracia real, si no renuncian a ella espontáneamente con un voluntario apartamiento. Son admitidos a su más dulce intimidad, y poseen cerca de Él la más omnímoda influencia. De su recomendación pueden servirse para alcanzar del Padre cuanto les fuera conveniente para sí o para sus hermanos; ni se mostró más blando y dadivoso con los suyos aquel antiguo José, de lo que con nosotros quiere mostrarse nuestro hermano mayor Jesucristo. A los que le hayan hecho fielmente la corte en vida, promete el asiento junto a sí para juzgar al mundo en el supremo tribunal. A los que por suyo le hayan tenido acá entre los hombres, promete El reconocerles por suyos ante su Padre Celestial.

   Medítese unos minutos.

II

   Si gloria y honores y real privanza ambicionas, alma mía, ambiciona ésta que sólo puede darte el Sagrado Corazón. Oye lo que dijo a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros: "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo ignora lo de su señor; os llamaré, sí, amigos, porque todo lo que de mi Padre recibí, lo comuniqué a vosotros". ¿Qué príncipe de la tierra habló jamás así a un vasallo a quien quisiese honrar?

   Así lo reconozco, Jesús mío, y por esto en adelante no quiero ya otra gloria ni otro honor que los que resultan de serviros a Vos. Guárdense los reyes sus palacios, los cortesanos su codiciado influjo, los poderosos las mercedes con que honran a sus amigos. Téngase estos engañosos favores, que tan caros se compran y tan fácilmente se pierden.

   No excitará ya mi codicia el brillo de los pomposos arreos, de los elevados puestos, del esclarecido renombre, del aura popular incierta y veleidosa.

   ¡Oh Jesús mío! Quien como Vos vive, éste alcanza la mayor privanza: quien puede llamarse vuestro, éste adquiere el más distinguido título de honor. Ni más deseo, ni quiero pasar por menos. Sea ésta mi principal nobleza. La cruz, la herida cruel y la corona de espinas que mostráis en vuestro Corazón, he aquí mis blasones, únicos que me han de dar a conocer en el juicio por cortesano de vuestro palacio. Ambicioso soy, Jesús mío, y no me contento con menos que con reinar cabe a Vos en la gloria que preparáis a vuestros escogidos. Dadme cada día más de esos verdaderos honores, y haced los alcance un día en vuestro reino celestial.


   Medítese, y pídase la gracia particular.

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