I
Admira hoy, alma mía, la suma mansedumbre y
benignidad de este adorabilísimo Corazón. Nunca dejó de mostrarse manso y
cariñoso, para que en El aprendieses tú los encantos de esta celestial virtud.
Con este carácter lo habían ya de antemano retratado los Profetas; con este
mismo le vieron después y nos lo retrataron los Evangelistas.
Mira cómo trata a los pobres e ignorantes,
cómo recibe a los pecadores, cómo acaricia a los niños. Muy contadas veces se
pinta el enojo en su rostro, para darnos a entender que si la indignación es
buena alguna vez, casi siempre son preferibles la suavidad y mansedumbre. No se
notan en El ademanes imperiosos, ni se le oyen palabras de desdén, ni se le
observa malhumor o fastidio.
¡Con qué dulzura tolera la rudeza de sus
primeros discípulos! ¡Con qué palabras tan suaves alienta a la Magdalena! ¡Qué
acentos tan delicados emplea con el mismo apóstol traidor! ¡Con qué serena
majestad contesta al interrogatorio de Pilatos!
¡Oh benignidad y mansedumbre del Corazón
adorable de nuestro Jesús! ¿A quién no enamoran y atraen tan suaves hechizos?
Medítese unos minutos.
II
No me canso, oh Señor, de admirar en Vos
esta delicada virtud. Pero ¡ay! ¡que a mi corazón se le hace siempre duro y
difícil el practicarla!
Mis palabras, mi rostro, mis ademanes
traspasan muy a menudo las reglas de la caridad, que Vos me habéis impuesto en
el trato con nuestros hermanos. La hiel de mi corazón rebosa frecuentemente en
mis labios. Trato a mis superiores con altivez, a mis iguales con indiferencia
mis inferiores con dureza. Soy en la prosperidad altanero, y en la aflicción
ceñudo y malhumorado. Confundo muchas veces la viveza del celo con los
arranques del amor propio.
Dadme ¡oh Señor! la dulce caridad y
afectuosa mansedumbre, distintivo de los Santos. Sea igual y blanda y serena mi
condición, sin arrebatos ni decaimientos, sin ruidosas alegrías, ni enojosas
displicencias. Vean mis prójimos en mi rostro y en mis palabras y acciones, la
suavísima imagen de vuestro mansísimo corazón.
Dadme esas bellas cualidades, para ganaros
con ellas almas que en la tierra os sigan y os amen, y en el cielo os gocen y
glorifiquen por toda la eternidad.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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